lunes, 21 de febrero de 2011

La etica y los valores ambientales

Los valores deben ser aplicados en el medio ambiente debido a que no se lleva acabo y por eso se esta destruyendo el planeta


 La ética y el medio ambiente

Tradicionalmente el tema de la ética no ha estado ligado a los aspectos referentes a la naturaleza y al medioambiente. Las viejas cuestiones de la relación entre el ser y el deber, la causa y el fin, la naturaleza y el valor, que son del dominio de la ética, han estado circunscritas a una esfera en donde ha quedado excluido el tema del medioambiente. Y sólo hasta décadas muy recientes, éste tema ha pasado a tener una preocupación ética notable, salvo el caso de la medicina que ha tenido una tradición en el asunto desde la antigüedad.

Pero la época que se inició desde mediados del siglo XX, con la capacidad del hombre de romper esa relación constante del hombre con la naturaleza, mediante el desarrollo científico-tecnológico, ha modificado sensiblemente el panorama. Antes de nuestra época, las intervenciones del hombre en la naturaleza, tal y como él mismo las veía, eran esencialmente superficiales e incapaces de dañar su permanente equilibrio. Pero ahora, las cosas han cambiado.

El dominio tradicional de la ética estaba circunscrito a la relación entre los hombres, en la ciudad. La vida humana transcurría entre lo permanente y lo cambiante: lo permanente era la naturaleza; lo cambiante, sus propias obras. La más grande de éstas fue la ciudad, a la que pudo otorgar cierta permanencia con las leyes que para ella ideó y que se propuso respetar. La naturaleza no era objeto de la responsabilidad humana; ella cuidaba de sí misma y cuidaba también, del hombre. Frente a la naturaleza no se hacía uso de la ética, sino de la inteligencia y de la capacidad de invención. Toda la ética que nos ha sido transmitida habita, pues, este marco intrahumano, el de la ciudad.

La ética y la educación en valores sobre el medio ambiente

La educación ética se distingue por su universalidad, y prescriptividad. Mientras que la educación en valores involucra elementos universales de los principios éticos definidos, y puede también involucrar costumbres y normas sociales específicas para un contexto o grupo social. La educación en valores puede ser considerada como una parte de la educación ética, siempre y cuando los valores que transmita estén acordes con principios éticos universales, y en este caso hablaremos específicamente de educación en valores morales. Con ello queremos decir, que nos referiremos siempre a educación en valores morales, cada vez que mencionemos el tema de los valores, pero sin olvidar que valores también son aquellas normas y costumbre del gusto y deseo propios de una comunidad, pero que pueden no ser exactamente valores morales.

Iniciemos con la cuestión de una intervención ambiental. Siempre hay diferentes posibilidades o alternativas frente a las intervenciones que una sociedad propone con relación al medio ambiente. Siempre es posible encontrar más de una posibilidad, cuando se trata de un proyecto de intervención; por ejemplo, en la construcción de una central hidroeléctrica, es posible proponer mecanismos alternativos de cogeneración de energía eléctrica, seguramente con menores costos económicos, sociales y ambientales.

Estos componentes de la personalidad moral, llevados al plano ambiental, coinciden con lo que otros autores han señalado como un esquema de trabajo para los valores en el tema ambiental. Giordan y Souchon (1997) por ejemplo, no utilizan los términos de construcción para refererirse a la educación en valores, hablan es de "búsqueda de valores que se adapten mejor a la lucha por la supervivencia de la humanidad". A la hora de proponer la forma de esa búsqueda, apelan a una explicitación de valores que conlleva a confrontar los propios, como los de aquellos que hacen parte de las decisiones tomadas en una intervención ambiental: "En el marco de la Educación Ambiental, la educación de los valores debe, en primer lugar, permitir a la persona revelarse a sí misma los elementos de su propio sistema de valores (¡no siempre coherentes!) y, en segundo lugar, clasificar sus principales componentes. Seguidamente deberá poder justificar mejor su apego a ciertos valores, que ya son más fáciles de expresar. Como consecuencia de este proceso se va dibujando un sistema de valores/actitudes/comportamientos, del que cada cual es responsable, en función de múltiples factores sociales y culturales... No se trata de proponer un sistema tipo" (Giordan y Souchon, 1997). Sin embargo, tampoco se renuncia en este caso a un conjunto de valores universales o principios éticos, como la tolerancia, y la responsabilidad. Situación que es comparable al segundo momento que identificábamos para la construcción de la personalidad moral.
Desde una perspectiva que involucra más a la ciencia y la tecnología y su relación con el medio ambiente, algunos autores han propuesto el llamado Ciclo de Responsabilidad, como una manera de aprender a trabajar en el aula el tema ético (Waks, 1988). En este caso, la dimensión ambiental es un compromiso con la acción, y por consiguiente las formas de reconocimiento de sí mismo, que también constituyen la primera fase del Ciclo, es un criterio para identificar nuestras imágenes y deseos que, proyectados al futuro, nos exigen un compromiso con el medio ambiente. Como vemos, aparece la necesidad de responsabilidad intergeneracional, que es el corazón de la sostenibilidad. Responsabilidad hacia el futuro, cual es la base de la ética moderna, la que salió de finales del siglo XX y tiene mucho por transitar en el siglo XXI.


La ética ambiental. Un camino para la supervivencia.
La ética juega un papel primordial en el manejo del ambiente y, por ende, debe ser pilar fundamental en todo proceso de educación ambiental. Incidir en la sensibilización y en la concientización de los colectivos para que su comportamiento genere nuevas formas de relación con su ambiente particular y global es uno de los propósitos más importantes de la educación para el ambiente.
Las alternativas de solución a los diversos problemas ambientales deben ser el producto de las decisiones responsables de los individuos, las comunidades y en últimas de la sociedad, atendiendo a los criterios de valoración de su entorno, íntimamente relacionados con el sentido de pertenencia y, por ende, con los criterios de identidad.

Fomentar una ética ambiental y desarrollar el aspecto axiológico (conjunto de valores) son algunos de los objetivos de la educación ambiental. En el campo de la ética, hay una distinción de la conducta social frente a la antisocial.

La educación ética para el ambiente debe contribuir a la formación de individuos y de las sociedades en actitudes y valores para el manejo adecuado del medio, a través de una estructura que obedezca a una reflexión crítica y estructurada que haga posible comprender el por qué de esos valores para asumirlos como propios y actuar en consecuencia.

Todas estas perspectivas deben hacer posible un verdadero trabajo crítico que reoriente la cultura científica para ponerla al servicio de los seres humanos, de suerte que en su reflexión sobre el sentido de la vida y sobre su responsabilidad social incluyan la utilización de la ciencia y la técnica de manera adecuada a las necesidades propias de un desarrollo social autónomo, al igual que los saberes comunes y tradicionales.

La mayoría de los problemas ambientales del mundo actual son esencialmente causados por el hombre. El papel del hombre es, por tanto, crucial, ya que es su actitud hacia el medio ambiente humano y natural la que ha configurado el medio ambiente de hoy. Obviamente que el cambio de su actitud y la conducta del hombre están relacionadas directamente con el sistema de valores de la sociedad contemporánea. Históricamente, los valores individuales y sociales no siempre han estado en los mejores intereses de preservar un ambiente de calidad.

La crisis ambiental actual obliga al hombre a reexaminar sus valores y a alterarlos cuando sea necesario a fin de asegurar la supervivencia humana. Se debe formular un sistema de valores de prioridades ecológicas para que lleguen a ser leyes mundiales.

Valores y ética ambiental

Sistema de valores
Desde el momento en que llegamos a la vida, sin darnos cuenta, comenzamos a darle, por así decirlo, “Valor” a las cosas, de la misma manera en que se la damos a las personas o a las acciones que se realizan.
Todo en la vida tiene cierto valor, aquello que no notamos no forma parte de nuestra vida, lo que no forma parte de nuestras vidas no existe, lo que no existe carece de valor. 
El profesional integral
“Integral” es un término utilizado mayoritariamente en las matemáticas, principalmente en las áreas del cálculo (sí, me refiero a esa terrible operación llena de incógnitas, en más de un sentido, que a más de uno nos ha hecho sufrir, e incluso llorar). Este término matemático hace referencia a una suma de infinitas componentes, o mejor dicho a una suma en la cual tiene que ser tomado en cuenta todo, sin dejar olvidado algo.
Se puede considerar como un profesional a toda aquella persona que sea capaz de brindar un servicio o crear algún producto garantizando que este será de una calidad de excelencia.
Valores y actitudes hacia el medio ambiente
Quizás muchos piensen “las grandes industrias son unos enormes monstruos, matan y contaminan todo a su alrededor sin pensar en otra cosa que no sea el dinero, Hasta cierto punto esto es verdad, pero recalco HASTA CIERTO PUNTO.
La verdadera causa de que las industrias contaminen tanto es la conducta que, todos y cada uno de nosotros tenemos día a día, existe la posibilidad de que alguien no entienda a que me refiero, pues no temáis que intentare explicar mi propuesta.

Valores ambientales y valores económicos en el espacio forestal

Los recursos económicos que genera el espacio forestal son muy abundantes y diversificados (pastos, frutos, madera, leña, etc.). Sin embargo, muchos otros recursos y funciones ambientales del espacio forestal pueden pasar desapercibidos al no estar valorados monetariamente; así ocurre con aspectos tales como la protección del suelo y su fertilización, la regulación hídrica o el mantenimiento de una fauna de gran interés ecológico.
La actual superficie forestal, algo más de cuatro millones de hectáreas, es el resultado de un largo y difícil proceso de colonización agrícola que ha ido ocupando inexorablemente los suelos antes forestales. Un proceso que ha ido delimitando la frontera entre lo agrícola y lo forestal.
 La extensión, forma y cualidades del espacio forestal es, pues, tanto consecuencia del medio como de la historia. La imagen del mundo forestal como paradigma de naturaleza puede ser equívoca, siempre que tal imagen no se evoque en términos comparativos con otros estados aún más transformados (las zonas agrícolas, los ambientes urbanos). 
La diversidad de especies, estados y tipos de vegetación que hoy puede observarse en el medio forestal es consecuencia de profundas manipulaciones de la actividad humana; algunas muy lentas y apoyadas en el sustrato natural (las dehesas, los bosques de encinas y alcornoques), otras muy rápidas y recientes, muchas veces sustituyendo los ecosistemas preexistentes (las repoblaciones monoespecíficas de pinos o eucaliptos).
Este cincuenta por ciento de la superficie andaluza apenas aporta, sin embargo, un dos por ciento a la producción final agraria. Caza, madera, frutos y corcho son los principales sectores de la producción forestal, a ellos habría que añadir el valor de los aprovechamientos de los pastos. Y, junto a estos recursos básicos, una gran variedad de aprovechamientos menores: leña, pesca fluvial, hongos, plantas aromáticas
El primer motivo aducido debe ser, en todo caso, matizado. Los principales bienes económicos, con reflejo en el mercado, que producen los montes andaluces alcanzan una productividad inferior a la de otras áreas nacionales y europeas, por evidentes limitaciones, sobre todo climáticas, como el intenso y prolongado periodo seco interanual. Este hecho condiciona una inevitable desventaja respecto a la Europa del Norte y todo el dominio atlántico (incluso respecto a otros enclaves mediterráneos) en la producción de algunos recursos: madera, frutos, pastos... Es éste, pues, un hecho dado y, en consecuencia, forzar un medio limitado en productividad más allá de sus reales potencialidades puede ser extremadamente peligroso para la preservación de los ámbitos forestales; esto es lo que, de alguna manera, se intentó a partir de los años sesenta persiguiendo convertir a la región en productora neta de madera, con la introducción de especies foráneas de crecimiento rápido. Además, esta desventaja tan sólo es cierta si se circunscribe, como ya se ha apuntado, a aquellos bienes valorados en el mercado. El bosque, el matorral, el monte, producen sin interrupción otros bienes económicos y sociales insustituibles y que no se contabilizan en términos monetarios (incremento de recursos hídricos, suavización del clima, protección de suelos).
La práctica totalidad de los recursos hídricos útiles superficiales se generan y almacenan sobre los espacios forestales. La permanencia de una cubierta vegetal adecuada es un requisito imprescindible para optimizar el ciclo del agua, facilitando la infiltración y retención; de esta manera es posible paliar la característica torrencialidad mediterránea; las áreas forestales son, así, elementos claves dentro del ciclo de producción de recursos hídricos.
No menos importante es su papel en la mejora de la fertilidad de los suelos y, como consecuencia, en el mantenimiento de condiciones de estabilidad de los mismos. Cumplen, pues, una función vital para la protección de poblaciones, cultivos e infraestructuras, generalmente situadas a cotas inferiores de los terrenos forestales.
Beneficios directos y beneficios indirectos. A menudo estos dos conceptos han sido contrapuestos en la política y la práctica forestal. La consecuencia es un esquema de atribución de funciones que delega en ciertos montes la producción de recursos y en otros distintos el mantenimiento de determinados valores ambientales. Esta es la característica dicotomía entre montes productores y montes protectores que dominó durante mucho tiempo el panorama forestal y que, en el caso andaluz, se plasmó en las extensas repoblaciones monoespecíficas de eucaliptos y pinos para la producción de madera que hoy dominan el paisaje de muchas comarcas de montaña.

  

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